Que me cuiden las manos
porque ya me he metido una bala en la boca,
ya he corrido tan despacio
que he ido a cámara lenta
sólo para tener tiempo y pensar
en cómo caer para hacerme más daño.
Que me vigilen
cuando me quedo a solas y a oscuras,
que ya he sonreído con la cara ensangrentada
y me ha gustado sentirme al borde
y un segundo más tarde sentirme cayendo:
me ha gustado.
He vivido en una eterna caída
que acaba en música triste
y no me he sentido culpable ni un segundo;
he tenido la mirada más triste de la sala,
los ojos más cerrados
y las piernas más abiertas.
Me he reabierto mis propias heridas
más segura de lo que nunca había estado
de que lo único infinito son las ganas,
y malditas las mías,
la noche en la que entendí
que lo más bonito de mí estaba dentro
así que decidí sacarlo fuera.
He temblado al contacto con mis propios dedos,
se me ha erizado la piel del vértigo,
he sido una hija de puta
y he contado gramo a gramo
con los ojos tan cansados que no podía ni contar.
He tenido el corazón tan roto
y he estado tan dispuesta
a seguir hundiéndome el pecho
que parece mentira que pueda seguir respirando
sabiendo que soy mi mayor enemigo
y que si algún día alguien me mata:
esa seré yo.
Me siento terriblemente orgullosa de decir
que he tenido los pulmones tan llenos de mala poesía,
que he matado y muerto en el mismo verso
y que he hecho tantas cosas malas
y que de ninguna me arrepiento.
He sido mía y he sido de cualquiera,
he gritado nombres borracha
-y completamente perdida-;
he vivido con menos que nada,
pero he vivido,
me he clavado los dientes en los brazos
para nunca olvidarme de mí
y aún así lo he hecho.
He lamido el suelo
como símbolo de victoria
de una guerra que nunca gané,
he sido todo lo contrario a mí
y he matado por nada,
lo he dado todo y he escrito demasiado
y ahora veo a un suicida.
Solo decir que no sé cómo pero... tus palabras han ido directas al pecho, donde más duele y donde, al menos yo, más las necesito.
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